¿Alguna vez has sentido «algo especial» durante o justo después de una sesión de yoga?

Alguna sensación difícil de explicar y describir, pero sin embargo esa sensación existía claramente en ti en ese momento?

Según la tradición del yoga, paralelamente a la anatomía que conocemos, existe también una anatomía sutil.

Se compone de elementos anatómicos que realmente no tienen una ubicación física claramente definible, sus confines son etéreos, no se pueden ver, pero sí sentir y percibir. Así como los elementos anatómicos que conocemos, los sutiles también tienen relación directa con determinadas funciones y acciones, inclusos con maneras de ser, pensar y existir en esta vida.

Dentro de esta ancestral anatomía sutil del yoga hay muchos elementos, pero tal vez los que más se conocen, son los CHAKRAS.

Son lugares energéticos, «casillas» donde almacenamos y a través de los cuales gestionamos la energía vital (prana).

Según la definición de Anodea Judith, que me inspira profundamente:

Un chakra es una estancia en el templo del cuerpo que recibe, asimila y transmite la energía vital.

Realmente se puede definir más modernamente con la palabra «frecuencia». Cada chakra se asocia a un nivel de frecuencia diferente, por lo tanto a estados de consciencia que se desarrollan desde lo más básico (como en instinto de supervivencia) a los más intuitivo y sublime.

Conectar con dichas frecuencias y los estados de consciencia que despiertan forma parte de los objetivos principales del yoga. Bajo este punto de vista, es muy evidente lo que diferencia el yoga de cualquier disciplina motora o deporte. El yoga despierta nivéleles de consciencia a través de las herramientas cuerpo y Asana.